martes, 2 de septiembre de 2008

Cuento con puntillas, banquetes y virreyes

Volvimos a Los cuentos de la tía Clementina


Era el cumpleaños de mi hermano y había estrenado un hermoso vestido con puntillas. Al verme, Clementina exclamó:” ¡Parece una virreina!” la sola mención de esa palabra me recordó que estaba debiéndome una explicación…
– Tía Clementina, hoy no te me escapás sin contarme qué cosa es un virrey.
– ‘ta bien, mi niña, le prometí y voy a cumplir.
A ver, a ver… Cómo le explico, viene a ser como el que manda más, e
que está por encima de todos, el que tiene más poder.
– ¡Cómo un Rey!
– Casi. Es un poquito chiquito, menos importante que el rey. Como el rey vivía en España, y por aquí nunca venía, mandaba un virrey para que se ocupara de todas las cosas.
– Y vos ¿conociste a alguno?
– ¡Claro! Conocía a unos cuantos.
– ¿A quiénes tiíta?
– Y…, a ver. Me acuerdo de … mmmm … a ver…
– ¡Ay, Clementina, me parece que no te acordás nada!
– ¡Espere un poquito, mi niña, estoy haciendo memoria! ¡Ya está!, ¡Me acuerdo de tres!
– ¿Tres?, ¿tan poquitos?
– ¡Y bueno, mi niña! ¿Qué quiere, a mi edad? Ademá’ a estos tres los recuerdo por motivos bien distintos. Uno se llamaba Vértiz. De ése me acuerdo porque hizo muchas cosa’ buenas pa’ la ciudá’ .
– ¿Si?, ¿qué cosas?
– Y, creó hospitales, mandó a empedrar calles. ¡Qué esa fue una gran obra! ¡Porque antes, cuando eran todas de barro, en época de mucha lluvia se formaba cada pantano, mi niña, que hasta se ahogaban caballos con el jinete y todo!
– ¿En serio?
– ¡Si, señó!
– Bueno, ¿y de los otros dos?
– Del segundo me acuerdo porque una vez hubo un lío con los inglese…
– ¿Un lío? ¿Qué lío?
– Y, vinieron unos barcos y se querían adueñar de la ciudá. Y nosotros – todos ¿eh?, blancos, negros, mulatos, ¡todos! – la defendimos y no los dejamos. Pero el virrey éste, Sobremonte se llamaba, en lugar de quedarse acá, con nosotro’, ¿qué hizo el pillo?
– ¿Qué hizo tía?
– ¡Se escapó, el muy cobarde! Y además se llevó todo el tesoro con él! No sé, algunos lo defendían, porque decían que estaba bien lo que había hecho.
– ¿Qué cosa?
– Esto de irse con el tesoro. Porque si no, lo inglese’ se lo iban a quedar pa’ ellos. ¿Qué quiere que le diga, mi niña? ¡Pa’ mi estuvo muy mal!
– ¿Y el tercero quien es, Clementina?
– Y… el tercero fue el último virrey que tuvimos. Cisneros, se llamaba.
– ¡Ah, claro! Por él se habían peleado mi papá y mi tío Eusebio ¿no?
– Eso mesmo.
– ¿Y cómo eran los virreyes, Clementina?
– Bueno, mucho mucho ni le puedo decir, porque no andaban caminando por la calle así, como nosotro’. Ellos siempre estaban en el fuerte o en los palcos cuando había corrida de toros, o cuando se hacía alguna fiesta importante, así que yo los veía de lejos.
– Bueno, pero algo habrás visto, ¿no?
– Y… la verda’… llamaban mucho la atención. Tenían trajes lujosos, bordados con hilos de oro y mucha puntilla y encaje por todos lados. Ademá’ andaban con una carrozas muy bonitas, tiradas por unos caballos blancos.
– ¡Ay! ¡Qué lindo debe haber sido, Clementina!
– Pa’ qué le voy a mentir, mi niña, como bonito, era bonito. Pero no vaya a creé’ que no tenían sus problema’ también, ¿eh?.
– ¿Y qué problemas?
– Bueno, en realidá’ eran cosas medio cómicas. Resulta que ellos dos por tre’ tenían fiestas y banquetes. Por cualquier cosa había una celebración, si el rey de España cumplía años acá se hacía la fiesta aunque nadie, jamás, le hubiera visto la cara; si la Iglesia tenía algo que recordar, después de los rezos venía la fiesta, y así siempre. El problema era que acá en Buenos Aires, no había vajilla fina. Todo eso lo traían de Europa. Pero a veces pasaba que el viaje venía medio accidentao’, con temporale’ y esas cosas, entonces se rompía todo en el camino.
– ¿Y?
– ¡Y bueno! ¿Emagínese, niña, tener una fiesta y no tené’ plato pa’ servir la comida!
– ¿Y qué hacían?, ¿comían en platos de madera?
– ¡No! ¡Cómo un virrey va a hacé’ una cosa así! ¡Salían los mayordomos como locos a la casa de los rico’, pa’ pedir prestada la vajilla! Lo gracioso era que cada uno le daba cosas de un juego distinto. ¡Así que arriba de la mesa había platos de toda clase!
– ¿Y vos cómo sabes eso, tiíta?
¡Sabe las veces que tuve que salir corriendo pa’ llevar los platos de mi amita a la casa del virrey! ¡Ay, madre mía! ¡Mire la hora que es y yo hablando y hablando sin hacer nada! ¡La amita me encargó que vaya a comprar dos cosita’ a la Recova antes que ella vuelva de misa, y me he olvidao’ por completo!
– ¡Y las comprás mañana, Clementina!
– ¡Qué mañana, ni qué mañana! ¡Si la amita dijo pa’ hoy, pues así debe ser! Además esto no puede esperar, porque son unos adornitos pa’ poner más linda la habitación donde va a vivir el inglés.
– ¿El inglés? ¿Qué inglés?
– No sé, uno que va a venir, ¡qué sé yo, mi niña!
– ¿Y va a vivir acá, con nosotros?
– Así parece.
– ¿Y por qué no se va a un hotel?
– A algunos les gusta así. Dicen que en casas de familia aprenden más rápido cómo somos nosotros, cómo hablamos y esas cosas, ¿entiende, mi niña? ¿Vamo, póngase la capotita que usté’ viene conmigo!
– ¡Uy, no, Clementina, no tengo ganas de caminar!
– Vamo’, no sea haragana, si en un ratito vamo’ y volvemo’.
– Voy, pero me comprás una masita en el camino, ¿si?
– Está bien, usté’ siempre gana. ¡Vamo’, apúrese!


Para la próxima leeremos sobre saavedristas y morenistas a partir del texto del libro. Subrayamos ideas principales y secundarias. El que pueda en comentario indique la página, porque dejé el libro en la escuela.
Algo del conflicto habíamos visto en el capítulo del "Algo habrán hecho", donde se muestra la muerte de Moreno en alta mar.




2 comentarios:

AGUSTÍN dijo...

Las visiones Morenistas y Saavedristas están en la pág. 276 del capítulo 8
Agustín Aybar

Juan Goldín dijo...

Gracias por tu aporte, Agustín.